Cuento: Brujería



«Yo estaré aquí».
«Esperando por ti».
«Si vienes, me encontraras».
«Lo prometo».

Miguel despierta. El dolor es insoportable. Lentamente se incorpora de la cama, una oleada de dolor le obliga a doblar el cuerpo. Tambaleante se dirige al cuarto de baño, sin encender la luz abre la gaveta, frenético revuelve el contenido hasta hacerse de un pequeño frasco. Toma dos pastillas que coloca en su boca. Abre la llave del grifo utilizando sus palmas como recipiente. Bebe varios tragos y moja su cara. El fresco líquido parece calmarlo un poco. Cierra la llave dirigiéndose de nuevo a la habitación. Se desploma sobre la cama victima de una nueva oleada de dolor. Sujeta su cabeza con ambas manos revolcándose de agonía entre las sabanas. Poco a poco la medicina comienza a surtir efecto. Su mente es de nuevo capaz de crear pensamientos coherentes. Centra sus pensamientos en cosas comunes intentando distraerse mientras el dolor termina de desaparecer.
Pronto pasaría la crisis. Durante las últimas semanas los ataques habían aumentado su duración e intensidad. Su mente y cuerpo eran sometidos a sufrimientos que la mayoría desconoce y mucho menos soportaría. Desde los cinco años fue diagnosticada con migraña, veinte años después padecía la peor serie de ataques que podía recordar. Con el paso de los años los medicamentos comunes dejaron de surtir efecto, tuvo que recurrir a drogas experimentales contra el dolor que ofrecían tanto beneficios como maleficios. Afortunadamente para él, su trabajo como restaurador en un museo exigía poco y no era interferido por su padecimiento.
Veinte minutos después el ataque había terminado, su cuerpo perlado de sudor se haya agotado debido al esfuerzo. Se levanta lentamente con los miembros entumecidos. Abre una de las ventanas de su departamento con manos temblorosas, uno de los efectos de la droga. La fresca brisa golpea su pecho desnudo. El reloj digital sobre su buró marca las tres de la mañana. Un perro pasea indiferente por la solitaria calle. El andrajoso animal olfatea algo que lo pone nervioso. Con el pelo erizado lanza un aullido que hela la sangre antes de salir disparado totalmente enloquecido.
Miguel abandona la ventana y se sienta en la cama. Disfrutando de aquella calma enciende un cigarro, el humo que despide cobra extrañas formas que se retuercen intentando arañar la oscuridad. Cierra los ojos para no verlas.
Algo indeterminado y lejano lo llama desde la calle. Fingiendo no escuchar, Miguel termina su cigarro y se mete a la cama. Aquella voz sin sonido continúa su insistente llamado impersonal. El sueño comienza a apoderarse de él. La entidad no cesa en su empeño manifestándose directamente en sus pensamientos.

«Yo estaré aquí»
—¿Quién eres? —pregunta él—
«Esperando por ti»
—¿Por qué? —insiste—
«Si vienes, me encontraras»
—¿En donde?
«Lo prometo»
—¿Quién eres? —pregunta una vez más dentro de su mente—
«Lo prometo»

El despertador suena ruidosamente llevándose consigo aquellas palabras. Pero, ¿eran realmente palabras?, ¿acaso fue todo tan sólo un sueño?

2
Miguel abandona su departamento sin desayunar. Con un cigarro entre los labios emprende el camino rumbo a su trabajo. Durante seis meses había trabajado en el área de restauración del Museo Nacional, sepultado entre caballetes, yeso y oleos. Siendo un trabajo de habilidad y concentración, le permitía abandonarse en él, logrando con ello escapar del horror de la costumbre.
Pocos días antes le habían comisionado una serie de obras que trataban el tema de la brujería. Las esculturas, pinturas y grabados debían estar listos dentro de una semana para montar una exposición. La mayoría de las piezas se encontraban en perfecto estado, salvo dos o tres que necesitaban un poco de trabajo. Tanto las autoridades como los mecenas del museo se encontraban muy emocionados por la exposición, esperándola con ansias. Debido a ello no se había escatimado en gastos a la hora de conseguir las obras. El sesenta por ciento de ellas provenía de museos extranjeros, el resto pertenecía al acervo del MUNAL.
Siendo de carácter introvertido, a Miguel no le agradaba convivir con sus compañeros más allá de lo estrictamente necesario. A pesar de ello, realizaba bien su trabajo y sus colegas lo dejaban tranquilo considerándolo tan sólo un tanto extravagante.
Agotado por la mala noche, Miguel se coloca con pereza tras su mesa de trabajo. Ahí lo espera una magnifica reproducción de las Brujas de Goya. La imagen de aquellas marchitas figuras que lejanamente recuerdan la forma humana le desagrada bastante. Gustosamente cubriría aquel lienzo con alguna otra cosa, no obstante, su celo profesional le impide llevar a cabo dicha empresa. Rápidamente vierte un líquido limpiador sobre la tela que actúa en contacto con el aire eliminado la suciedad acumulada. Con sumo cuidado retira los residuos y coloca el cuadro dentro de una funda de fieltro.
Las horas siguientes se suceden en una incomoda somnolencia en cuyo tejido se confunden lo real con aquello que anida en el inconsciente. Presa de aquel sortilegio se ve de pronto confinado dentro de los muros de su habitación, desconociendo la identidad de la potencia que guió sus pasos hasta allí. Lentamente recobra conciencia de sí viéndose a sí mismo desnudo sobre la cama. Una angustia sin nombre anida en su pecho convenciéndolo de que aún vive, que sigue siendo huésped de este mundo.
Cierra los ojos permitiendo que la ubicuidad lo arrastre en sus negras aguas desprendiendo la carne de su espíritu. La nada se funde con él disolviendo la entidad que un día fuera. Inteligibles sonidos se arremolinan ante él reteniéndolo en los planos de la realidad. Poco a poco los sonidos forman palabras, las palabras una voz, una voz que lo llama a través de la oscuridad que lo devora.
«Yo estaré aquí»
«Lo prometo»
«Si vienes, me encontraras»
«Ven a mí»
 Impulsado por aquella voz, Miguel lucha por emerger de aquella tiniebla que lentamente lo digiere.
«Yo estaré aquí»
—Iré
«Si vienes, me encontraras»
—No sé cómo llegar.
«Hallarás el camino»
—No sé dónde encontrarlo.
«Él te encontrara a ti»
—¿Me esperaras?
«Lo prometo»

3
Miguel se descubre a sí mismo caminando por una oscura calle. Algo cercano al miedo recorre sus venas mientras el eco de sus pasos lo sigue amenazante. Por el rabillo del ojo percibe una silueta oscura que se mueve a su izquierda. Instintivamente acelera el paso. Aquella mancha negra imita sus movimientos acelerando su marcha, cada vez más cerca de él. Sin dejar de caminar, Miguel cierra los ojos para escapar de esta visión. Súbitamente detiene sus pasos. Una pregunta se forma inquietante en su mente: —¿Dónde estoy?—. Con sus ojos cerrados, el resto de sus sentidos se agudizan indicándole que no se encuentra en el mismo lugar, aunque lo sea.
De la nada surge un fétido olor que revuelve su estomago con su repugnancia. La temperatura desciende drásticamente obligándolo a reanudar la marcha. Temeroso, abre los ojos con incertidumbre. El frío se torna doloroso, su aliento se condensa creando pequeñas nubes. El olor se torna insoportable, emponzoñando el aire y la tierra. Un silencio mortal se apodera de la calle cuya extensión pareciera no tener final. Imbuido de un temor sobrenatural, Miguel comienza a correr para escapar de aquel lugar. En pocos minutos la carrera se convierte en un frenético escape.
Aquella maldita calle se repite a sí misma una y otra vez negándose a liberarlo. Una cosa sin nombre lo persigue lamiendo los contornos de su sombra, y el olor, ese pútrido olor.
La fatiga comienza a hacer estragos en él. Justo cuando pensaba en detenerse para recuperar el aliento, distingue en la lejanía una figura que se acerca corriendo. Feliz de encontrarse con alguien acelera el paso, para su sorpresa, aquella figura hace lo mismo. Poco a poco su esperanza se desvanece cuando, en un lapso de locura, se ve a sí mismo corriendo hacia él. Desolado, detiene su carrera presa de la desesperación y la demencia. El frío y la pestilencia lo rodean con renovada fuerza formando una repulsiva neblina que lo sofoca, un horror cósmico se apodera de él.
Lo que sucedió a continuación bien podría atribuirse a una alucinación o al intenso desgaste físico y mental, aun así, Miguel podría jurar que de aquel vapor insano se materializa una fría y afilada mano que lo sujeta del hombro. Aquella inhumana garra se hunde profundamente en su carne provocándole dolor y repugnancia hasta que un piadoso desmayo se apodera de él.


4
—Miguel, despierta. —la dulce voz que lo llama lo arranca de su sueño. Miguel despierta descubriéndose en una mullida cama—.
—¿En donde estoy?
—En donde te prometí esperarte. —Miguel reconoce aquella voz, pero desde su posición no es capaz de ver a su interlocutora—.
—¿Quién eres?
—Quien prometió esperarte.
—No comprendo. ¿Qué hago en este lugar? ¿Qué quieres de mí?
—Estas en este lugar porque te necesito aquí.
—¿Por qué yo?
—¿Por qué tendría que ser otro?
—¿Pero por qué yo?
—¿Tanto te cuesta creerlo?
—Es que yo soy…
—Eres lo que eres, no más, no menos. Eso me basta.
—Si es así, ¿por qué te ocultas?
—No lo hago, tú no estas seguro de querer verme.
—Lo deseo, permíteme verte.

Un silencio expectante se hace entre ellos. De pronto, aquella voz cobra forma en el cuerpo de una bella y joven mujer cubierta con una túnica negra cuya delgada tela revela tímidamente las formas de su cuerpo. La física de aquel lugar se torna caprichosa al modificar su iluminación y acústica.
Miguel siente que el calor vuelve a su cuerpo mientras aquella fascinante figura se desliza ante él con suaves movimientos. De pronto, toda duda y temor se desvanecen cuando ella se desprende de su ropa revelando su desnudes. Con dolorosa lentitud se acerca a él colocándose a horcajadas sobre su cuerpo. Sin dar crédito a su situación, Miguel permite que aquella hermosa mujer tome su rostro con ternura y lo coloque en su pecho palpitante. Gustoso se hunde más y más en aquellos redondos senos, queriendo inundar sus pulmones con el olor de su carne. En un instante ambos yacen desnudos sobre la cama devorando el cuerpo del otro con cada sentido. Intoxicado de ella, Miguel sucumbe al arrebato que lo lleva a invadir el cuerpo de aquella bella hechicera, quien a su vez se entrega con dulzura humedeciendo su carne con el rocío de sus interiores. Presas del más íntimo abrazo los amantes se abandonan al frenesí que los consume perdiendo el control de sus caderas. Cada uno se aferra al otro con desesperación con la absoluta certeza de que más allá de ellos no hay nada.
El éxtasis los sorprende en una explosión de sensaciones que borran todo rastro de individualidad, uniéndolos en una comunión en la que cada uno se reconoce en el otro. Exhaustos se desploman en la cama reticentes de abandonar aquella otra piel. La bella joven descansa su húmedo y trémulo cuerpo sobre Miguel, sus perfumados cabellos se enredan alrededor impregnando el aire con su dulce fragancia.
—¿Qué sucederá hora? —pregunta Miguel temeroso de perder aquel momento—.
—Lo que tenga que ocurrir. —responde ella sin vacilar—.
—¿No lo sabes?
—¿Cambiaria algo si te dijera que sí?
—… supongo que no.
—Pero aun dudas, no dices realmente lo que piensas.
—Este no es el final del camino.
—Realmente no existen los finales.
—¿Debo continuar?
—No puedo responder eso.
—¿Por qué?
—Porque ya lo has decidido.
—¿Iras conmigo?
—Debo permanecer en este lugar. Me necesitas aquí.
—Donde siempre me esperaras.
—Lo prometo.


5
Miguel despierta. El dolor es insoportable. Lentamente se incorpora de la cama, una oleada de dolor le obliga a doblar el cuerpo. Tambaleante se dirige al cuarto de baño, sin encender la luz abre la gaveta, frenético revuelve el contenido hasta hacerse de un pequeño frasco. Toma dos pastillas que coloca en su boca. Abre la llave del grifo utilizando sus palmas como recipiente. Bebe varios tragos y moja su cara. El fresco líquido parece calmarlo un poco. Cierra la llave dirigiéndose de nuevo a la habitación. Se desploma sobre la cama víctima de una nueva oleada de dolor. Sujeta su cabeza con ambas manos revolcándose de agonía entre las sabanas. Poco a poco la medicina comienza a surtir efecto. Su mente es de nuevo capaz de crear pensamientos coherentes. Centra sus pensamientos en cosas comunes intentando distraerse mientras el dolor termina de desaparecer.
Súbitamente todo vuele a él. La voz sin cuerpo, el cuadro de las brujas, el callejón oscuro y su maldad añeja, el aroma de ella. Su mente racional le lleva a creer que todo ello fue producto de su imaginación, un sueño quizás. Pero algo más profundo, más antiguo le indica lo contrario. Sí, todo fue real, la oscuridad, el miedo, el cuerpo de ella. ¿Cómo regresar a ello? ¿Cómo volver a su lado? Tal vez sea cierto que no existen los finales, sólo aquello que recogemos en el camino, un nombre, un nombre que repite en su mente y se instala en sus labios… Casilda, Casilda.

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