Cuento: Natalia



A Natalia le pesa dar cada paso, aunque en realidad lo que le pesa es la vida misma. Depresión con tendencias suicidas, ese fue el diagnostico que el muy prestigiado (e imbécil) psiquiatra de Belmont le diera aquella mañana. Es sorprendente que no la retuvieran en el asilo tras semejante juicio, estupidez burocrática sin duda. Mejor para ella, no necesita de médicos ni fármacos, una salida, sí, una salida es lo que necesita, y el mundo está repleto de ellas. Tan sólo tiene que buscar una, una que no resulte particularmente dolorosa.
            Coloca mecánicamente un pie delante del otro, en algún lugar tiene que estar lo que busca, y es mejor que se dé prisa, el dolor, la miseria y el sufrimiento le son ya insoportables. La ciudad a su alrededor rebosa de obscuridad y locura. Sus pies se detienen ante la insípida fachada de un edificio, piensa que aquel lugar es tan bueno como cualquier otro y entra en él. Dentro todo es lúgubre y húmedo, el silencio acampa a sus anchas. Asciende por la sucias escaleras hasta el último piso, al final de un mal iluminado pasillo se topa con una puerta azul.
      Del otro lado una radio toca una canción que no alcanza a identificar, todo es silencio a excepción de la música. Sin saber por qué, toca la puerta con sus pálidos nudillos, la voz de un hombre surge del interior:
      —¡Acaba con ello de una buena y maldita vez! —dice—
      —Lo intento. —dice ella— Vaya que lo intento.
—¿Qué dices? No te escucho —replica él—.
—¡Lo intento, lo intento, maldición! —grita ella—.
—Oh, bueno, todo el mundo lo intenta. —responde él—
—Es que es tan… difícil. —se angustia ella—.
—Sí, sí, difícil. —concede él—.
—Usted… entiende. No hay maldad en lo que deseo.
—Entiendo niña, entiendo. ¿Acaso no estoy yo aquí desde antes de que llegaras?
—Tal vez… tal vez no sea tan malo en realidad, debe haber alguna razón para vivir.
—No. —niega él—. Una razón para no morir, eso sería lo más adecuado.
—Hace frio… ¿puedo entrar?
—Claro, pasa niña, pasa, la puerta está abierta.
La puerta se abre, Natalia entra, no hay nadie en el lugar, sólo una mesa donde una radio encendida guarda silencio, a su lado, un revolver cargado.

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