Los que caminan (septima parte)



                                         XII
Setenta minutos después de la última grabación…
Esos desgraciados continúan afuera. Gimen y golpean, gimen y golpean. ¡Malditos sean!

                                        XIII
Tres horas después de la última grabación…
¡Dios! ¿Es que esos monstruos no se cansan jamás? He intentado dormir un poco pero sus constantes embates me lo han impedido. Comí un poco de jamón enlatado pero me revolvió el estomago, tengo la garganta seca. Y esos malditos que no se van.
XIV
Siete horas después de la última grabación…
Me volveré loco, me volveré loco si continuo escuchando esos gemidos. Tengo que salir de aquí. Pero si lo hago me estaré arrojando a los brazos de esas criaturas. No puedo continuar. Tengo la pistola en la mano y el cañón apunta hacia mí. Tengo miedo, pero esos gemidos, ¡esos malditos gemidos!


XV
Una hora después de la última grabación…
Estoy vivo, y libre. El sol comienza a ocultarse entre los rascacielos. La ciudad huele a humo y muerte. Estoy vivo, pero… Dios, desearía no estarlo.
      Justo cuando mi desesperación había llegado al límite coloque el cañón de la automática dentro de mi boca, listo para jalar el gatillo antes que seguir escuchando a esas cosas. Entonces la vi. Allí, en la esquina entre el muro y el techo, una rejilla de ventilación. No sin poco esfuerzo logré retirarla e introducirme en ella. El ducto era estrecho y amenazaba con derrumbarse por mi peso, pero resistió, en poco tiempo me encontraba en una nueva oficina. Los golpes y gemidos se escuchaban aún, así que decidí continuar por los ductos hasta encontrar una salida. Tras varios minutos de polvo y telarañas di con ella antes de que la claustrofobia hiciera presa de mí. Libre de aquel lugar maldito continúe caminando. Esta vez hacia Central Park.
Si queda algún lugar seguro en la ciudad ese debe ser Central Park, así que hacia allí me dirijo. Los helicópteros decían que allí estaría el punto seguro, allí debe haber militares, alimento y electricidad.
      Cada paso es más difícil que el anterior, las calles desiertas son terribles, aterradoras. Hay automóviles abandonados por todas partes, yacen como caparazones vacios, algunos tienen los parabrisas rotos, otros tienen manchas de sangre en su interior. ¿Qué ha sido de toda esa pobre gente? Los edificios permanecen a obscuras y en silencio, mudos testigos del horror cadavérico que azota la ciudad.
      Aquellas cosas deambulan por todas partes, caminan sin rumbo, chocando entre sí o contra autos y edificios, por ello he decidido nombrarlos así, «los que caminan». Algunos me descubrieron y se dirigieron hacia mí con sus brazos extendidos y sus bocas babeantes. Son muchos, pero son lentos y es fácil esquivarlos. Tuve que usar mi arma en un par de ocasiones para librarme de algunos de ellos. Grave error. Las balas no los detienen, y algunos se vuelven sumamente agresivos con el ruido. Estos no son lentos como los otros, son rápidos, son fuertes, los impulsa una rabia terrible. Los llamo «trotadores» para diferenciarlos del resto.
Por ahora descanso en un almacén abandonado. He bloqueado las puertas y ventanas con los anaqueles. He comido y bebido hasta la saciedad. Central Park queda a tan sólo pocas calles de mi posición. Pero estoy demasiado cansado como para continuar por ahora, además, ya ha obscurecido. Descansare algunos minutos más y entonces seguiré adelante. Algunos de los que caminan me han escuchado y se comienzan a amontonar afuera del almacén. Espero que las barricadas soporten. He aprendido mucho de ellos, sé que no son listos, ni fuertes, pero en grandes números son un serio peligro. Tienen una determinación infernal, no descansan, no duermen. Si uno te detecta te persigue sin detenerse.
¡Maldición, han entrado! ¡Tengo que salir!
…son demasiados, no puedo esquivarlos… maldito… ¡apártate de mí!
¡Dios, no! ¡Hay trotadores…!

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
woooooooooow
Anónimo ha dicho que…
para cuándo la continuación?